Jean-François Lyotard es un filósofo y sociólogo francés reconocido a nivel mundial por ser uno de los fundadores de lo que se ha denominado postmodernidad. Una definición de postmodernidad resulta muy difícil, pues se trata de un concepto donde tienen cabida multitud de movimientos, ideologías, opiniones, etc. pero si algo lo caracteriza todo es su crítica a la Modernidad que le precedía. Así que, a riesgo de caer en un simplismo ofensivo para el lector experto, podemos afirmar que la postmodernidad es la crítica a los postulados de la Modernidad del siglo XIX.
¿Qué es lo que se le critica? Pues que todas las promesas y sueños que los ideales modernos auguraban no se cumplieron durante el siglo XX, pero lo que es más, las ideas centrales de verdad, conocimiento científico, razón, universalismo, etc. no pueden seguir siendo usados como legitimadores del devenir social. Lyotard en su libro “La condición postmoderna”, en un discurso con claras referencias a Emile Durkheim, nos dice que en toda sociedad existe un centro legitimador, que se conoce como metarrelatos, que cohesionan y articulan el todo social. Así, en las sociedades premodernas el metarrelato era de origen mítico y religioso, en la modernidad ocupan su lugar los metarrelatos basados en la Razón Ilustrada. ¿Y cuales son esos metarrelatos de la Modernidad?, pues el principio de emancipación de la ignorancia y la servidumbre por medio del conocimiento y la igualdad; el principio de emancipación de la pobreza por el desarrollo técnico y económico del sistema capitalista; y por último, el principio de emancipación de la explotación gracias al discurso marxista. En la postmodernidad estos metarrelatos se han mostrado falsos y ya no tienen capacidad legitimadora. Esa es la principal característica de la postmodernidad.
Lyotard nos dice que todo se debe a que la verdad, el conocimiento, ha pasado por una transformación radical y totalmente destructiva. La TEORÍA, es decir, el conocimiento meramente especulativo, metafísico, el pensar por el pensar ha desaparecido por un tecnicismo radical que nos ha llevado del “sapera audare” al “¿para qué sirve esto?”. Como muy bien indica Manuel Cruz: “Aquellas viejas narraciones, entre autocomplacientes y consoladoras, que integraban la instancia gnoseológicas y la moral en una global historia de la evolución del Espíritu (o de la Humanidad) han dejado paso a la cruda constatación del carácter de fuerza productiva central que ha adquirido la ciencia en las sociedades industriales avanzadas, a la evidencia incontestable de que el conocimiento tiende a ser traducido en cantidades de información, las cuales a su vez, circulan en el mercado como una mercancía más que se compra y se vende. […] Ha roto su vinculación con determinados ideales para abandonarse al sistema productivo: ha sumido de esta forma sus criterios de rentabilidad y eficacia.” En otras palabras, Lyotard habla de una victoria de la tecnociencia capitalista: “No es la ausencia de progreso, sino, por el contrario, el desarrollo tecnocientífico, artístico, económico y político lo que ha hecho posible el estallido de las guerras totales, los totalitarismos, la brecha creciente entre la riqueza del norte y la pobreza del sur, la desculturización general con la crisis de la Escuela, es decir, de la transmisión del saber…”.
Y como las bases centrales de la Modernidad se han mostrado falsas y han perdido capacidad legitimadora, el discurso que sigue a la Postmodernidad es el relativismo extremo. La idea de Occidente de la Ilustración es falsa y no sirve, entendiendo por esto que la ciencia, la política, la sociedad, el pensamiento, el sistema económico, etc. occidental no es válido ni aceptable. Se impone el relativismo extremo. Y es así como se produce lo que yo llamo “la gran confusión”. Explicaré a qué me refiero con esa expresión más adelante, ahora me centraré en criticar la visión que ofrece Lyotard.
El pensador francés nos ofrece en resumidas cuentas la siguiente idea: la Ilustración se ha vendido a su propio cáncer, que no es otro que el sistema de producción capitalista. Así, el conocimiento se ha transformado en comunicación, más en concreto en información, y toda información debe ser útil por su aplicaciones no por su valor intrínseco. Se trata, por lo tanto, de un discurso marxista escondido propio de un marxista defraudado por el propio marxismo. Pero cuidado, las palabras de Lyotard no pierden valor por tener una esencia marxista, sino por aplicar de manera estupenda los postulados de la postmodernidad que defiende.
Cuando Lyotard defiende la Teoría por encima de la praxis, el conocimiento como una metafísica superior de la praxis, cae en el riesgo que supone la mera especulación. Cómo sino explicar la gran mentira que supone decir lo expresado en la cita anterior, afirmando que los problemas del mundo actual son el resultado de la victoria de la tecnociencia. Cómo puede uno afirmar lo afirmado y quedarse tan tranquilo, tan relajado sin aportar pruebas, sin quedarse en la mera retórica. Fácil. El hacerlo supone para Lyotard su propio fin.
Las afirmaciones anteriores no se sustentan bajo la evidencia empírica, porque las guerras totales son algo del presente y del pasado. Acaso, como definiríamos sino los enfrentamientos entre Alejandro Magno y el Imperio Persa, o el Imperio Romano contra Cartago; todo el mundo “conocido” de aquel entonces se encontraba en guerra, se trataban de guerras totales como lo han sido las dos guerras mundiales que asolaron el siglo XX. Algo más difícil es lo referente a la brecha entre la riqueza del norte y la pobreza del sur. El problema que plantea aquí Lyotard padece de simplismo, y así lo haré ver en un artículo que publicaré más adelante sobre un texto de Xavier Sala i Martín al respecto sobre los mitos que existen en torno al tema de la manida brecha entre ricos y pobres. También es un mito la desculturización de la Escuela. Este discurso se lleva oyendo desde que existe la institución. Todas las generaciones anteriores afirman que los contenidos que se imparten en las instituciones educativas son peores que los recibidos por ellos. Que las generaciones futuras no leen a los clásicos, no aprenden latín ni griego, que desconocen la historia antigua y tienen mera idea superficial de la historia posterior, etc. Es decir, las generaciones jóvenes no tienen conocimientos verdaderos ni válidos, desconocen el verdadero conocimiento, que por supuesto, si poseen las generaciones mayores. Pero, entonces cómo es posible la física cuántica, la genética, la bioquímica, la nanotecnología, la informática, etc.
El discurso de Lyotard es un discurso victimista por un lado y peligroso por otro. Victimista porque creo que se trata del pensamiento de un hombre incapaz de comprender el mundo que le rodea, que se encuentra perdido y confuso, que ha sido incapaz de adaptarse o que no ha querido hacerlo, a las exigencias que la actualidad y el futuro nos exigen. Parece la pataleta de un niño que no entiende porque su mundo, el mundo imaginado o deseado por él no se cumple o no se ha cumplido, y ante los problemas de observa, al no disponer de las herramientas necesarias para su análisis, que le impiden una comprensión mejor de ellos, opta por el discurso ideológico y meramente filosófico, que no carente de valor, si debe ser tratado como de lo que realmente se trata: simple discurso metafísico, pero no científico. Peligroso, porque de ese discurso se desprenden ideas como el multiculturalismo, el relativismo radical, el criticismo al quehacer científico, etc.
Aunque la idea central del multiculturalismo pueda ser válida, no debemos olvidar como bien defiende Giovanni Sartori no todas las culturas son válidas, ni todas las prácticas culturales deben ser aceptadas. ¿Podemos permitir la sharia en occidente, o la mutilación del clítoris, etc.? ¿Deben aprender los niños indiferentemente de su credo la teoría de la evolución?. Esas preguntas nunca deben ser contestadas desde el multiculturalismo.
El relativismo pueden hacernos pensar que valores capitales como la libertad y la igualdad, por ejemplo, no son aceptables, que pueden ser discutidos y rebatidos, que no son conceptos universales, pero incluso, podemos llevar ese discurso sobre la vida y la muerte, etc.
El criticismo científico ya lo he tratado hace dos post en este mismo blog, pero diré que cuidado con los demagogos, los charlatanes, los discursistas del mensaje vacío. La ciencia no es la verdad absoluta, desde luego, pero es el camino que más se le acerca. Es por todo esto que el postmodernismo es una visión vacía y alejada de la realidad. Se trata de un pensamiento que todo lo critica pero que es incapaz de demostrar y ofrecer nada, porque su propia esencia es nada. Si no hay nada absoluto, si no hay posibilidad ya de ciencia, de conocimiento, si la praxis ha acabado con nosotros y la teoría se queda en mera especulación, el postmodernismo sólo ofrece lo que ofrece la religión: espíritu. Cómo vamos a pedir a un discurso meramente metafísico resultados, caminos, soluciones prácticas, eso sería como pedir peras a un olmo.
En la columna derecha, el clásico de Lyotard, "La condición postmoderna", para que lo leas. (Libro para revisión académica, sin fines comerciales).